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EL ESPEJO 

por Patricia Quintana O .

(dedicado a Vicente y Enzo)

 

Carla revisó su bolso hasta encontrar entre todas sus cosas, el espejo. Se lo había regalado su abuela, cuando ella era niña. Fino y hermoso, pequeño, transparente y fresco como el agua.

Necesitaba verse en él, aunque fuera una vez al día, cual Blancanieves le gustaba saberse hermosa, atractiva.

Un poco de maquillaje por aquí y por allá y todo valía la pena.

Era muy temprano, las seis treinta de la mañana. Decidió desviar la ruta habitual hacia el paradero de buses, y acortó por un pasaje hacia la calle Blanco para llegar a Errázuriz. Este día al abrir la ventana mañanera de su casa, el mar se veía hermoso junto a los cerros, le gustaba la compañía del azul en el bus a viña.

Quizás alcanzaba a comprar cigarros en algún puesto de periódicos. Caminó sin apuro, distraída, no divisó a los muchachos hasta que estuvieron a su lado.

Uno de ellos, la tomó fuertemente desde atrás y el otro le arrebató el bolso.

•  ¡Suéltenme! No tengo dinero- gritó.

El más grande y robusto revisó el bolso, lo abrió, tiró el contenido al suelo.

Ella miraba anhelante, esperando que alguien la ayudara, pero a esa hora la calle estaba vacía.

•  Esta tipa no tiene nada, hay dos billetes, lo demás mierda- decía el del bolso.

•  ¿Y eso que brilla, qué es?- increpó el más joven.

•  Esto... una porquería de espejo.-

•  ¡Devuélvemelo! Por favor, es un recuerdo -dijo ella al borde del sollozo.

•  Mira lo que hago con esta basura – le gritó el muchacho y aplastó el espejo contra la pared de la calle.

Cayeron los trozos de vidrio, cientos de pequeños destellos, que con el sol brillaban, tanto como las lágrimas de ella.

Entonces le pegaron con fuerza. Pero ella no sentía los golpes, su mente estaba en el recuerdo de su niñez, en el espejo mágico, los juegos infantiles que le otorgaban poderes especiales, las historias inventadas y las que contaba la abuela en esas noches de velas y charla…

. Cayó al suelo, sangraba. No quedaba maquillaje, no quedaba espejo.

Levantó la cabeza, apenas podía abrir los ojos, pero los miró, para musitar con dificultad:

•  Malditos...

Antes de desmayarse, escuchó las risas y los pasos que se alejaban.

Despertó en el hospital. Ya anochecía. Se sintió adolorida y triste. Recordó todo el suceso y no pudo dejar de llorar, sentía impotencia, rabia, muchas emociones se encajonaban en su cabeza.

Su cama estaba al lado de la puerta, la enfermera entró y le dio a tomar unos medicamentos, revisó las curaciones y quiso animarla, le pareció amable, pero no pudo concentrarse en escucharla. Cuando se fue, dejó la puerta casi abierta. En línea recta podía ver el pasillo y algunos funcionarios que veían televisión. No había mucha gente esa noche.

Acomodó la cabeza para observar no sabía que, pero era mejor que pensar en lo que había sucedido.

Escuchó las noticias del día, alcanzaba a ver las imágenes, pequeñas, pero visibles.

Desde su cama reconoció los rostros, escuchó la descripción de los muertos:

•  Eran sólo dos muchachos – comentaba un testigo.

Ella no dijo nada. Sólo pensó en como los cuerpos podían quebrarse, convertirse en añicos, como el vidrio.

Con el brazo vendado, lentamente logró taparse con la sábana.

Luego Carla cerró los ojos, y sonrió.

 

ALASUR

 


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